La heurística de «Coincidencia entre el sistema y el mundo real» la odio cada día un poquito más cuando se trata de procesadores de texto.
Para quien no la conozca, esta heurística de usabilidad de Nielsen dice que el sistema debería hablar el lenguaje del usuario, con palabras, frases y conceptos familiares, en lugar de términos orientados al sistema. Básicamente, que lo digital imite lo que ya conocemos del mundo físico.
Muchas veces se ha interpretado esta heurística como esqueumorfismo, como eran las primeras bibliotecas digitales con «estanterías reales» e incluso diseños hiper realistas que eran todo un alarde de manejo del diseño que hacíamos cuando se maquetaba en tablas.
Y mi interpretación es que en los procesadores de texto nos hemos quedado anclados a esta heurística de una manera que ya no tiene sentido.
El problema de la página digital
Pero en concreto en el panorama digital, nos encontramos con el concepto de página. Hoy en día, generamos y consumimos mucha información paginada digital cuando la página rompe el discurso y el documento jamás va a ser impreso.
El papel continúo haría estructurar mucho mejor los documentos, con encabezados anidados y centrándonos realmente en el contenido y no en el me «molesta que esto se corte aquí»
Simplificando podría decirse que llevamos arrastrando una herencia del mundo analógico que ya no tiene sentido en el medio digital.
La ventaja del papel continuo
El procesador de texto, tal y como lo conocemos hoy, replica fielmente las limitaciones físicas del papel cuando en realidad deberíamos estar aprovechando las ventajas del medio digital. No tiene mucho sentido seguir cortando párrafos por la mitad porque «se acabó la página» cuando esa página es una abstracción que solo existe en nuestra mente de diseñadores nostálgicos.
Si nos fuéramos al concepto de scroll infinito o papel continuo, los encabezados y subencabezados tendrían mucho más sentido. Podrían organizarse por su importancia real en el discurso, no por dónde «caen» en una página imaginaria. La jerarquía sería puramente semántica: H1, H2, H3… sin preocuparse por si el título queda «huérfano» al final de una página que no existe.
Pero aquí viene lo peor: no solo rompe el discurso, sino que rompe las ideas y tu relación con ellas cuando estás escribiendo. Estás enfocado conectando conceptos, y de repente te encuentras con que tu párrafo se ha cortado por la mitad porque cambió de página. Tu cerebro se desconecta, pierdes el hilo, y tienes que recomponer mentalmente lo que estabas desarrollando.
Por este motivo, estoy mucho más cómodo escribiendo en Google Docs cuando activo el modo sin páginas o en Confluence (y antes que usaba Calmly Writer, precisamente por eso), donde el contenido fluye de manera natural. No hay interrupciones artificiales, no hay saltos que rompan el discurso. Solo contenido que se organiza por su importancia.
El horror de los documentos corporativos
Y llegados a este punto, creo que se merecen un punto y a parte esas horripilantes plantillas para generar documentos corporativos, en el que además de «romper el discurso» se añade un encabezado con un logotipo gigante y pie de página. Ahí ya el desastre es total: el contenido queda relegado a un 60% de la pantalla mientras el otro 40% se lo come la parafernalia corporativa que nadie va a mirar jamás.
Y luego está la obsesión enfermiza de convertir todo en PDF. Como si fuéramos a imprimir ese documento de 47 páginas que se va a leer desde el móvil en el metro. El PDF, que nació para preservar el formato de impresión, se ha convertido en el formato por defecto para compartir cualquier cosa, aunque sea un simple texto que se leería infinitamente mejor en HTML o en texto plano.
Pero no, aquí seguimos, haciendo malabares con saltos de página que no van a existir nunca, forzando encabezados donde no corresponden solo para «rellenar» o evitar que se corten.
Al final es una cuestión de repensar el medio. Las pantallas son fluidas, son scroll, son adaptables. Y los procesadores de texto deberían serlo también por defecto.